2011/09/02

Ehunmilak 2011 Mario Guio: ¡No había ni un llano!


Mario

¡NO HABÍA NI UN LLANO!

( CRÓNICA EHUNMILAK 2.011 )

Espero no haber cometido ningún fallo en el kilometraje o en el nombre de alguno de los avituallamientos; en una prueba de tal extensión, sin conocer bien la zona, y en el estado en que terminé, podría ser posible. Si así ha sido, os pido disculpas.

PRÓLOGO: LA MEJOR FORMA DE AFRONTAR UN ULTRA-TRAIL

Me lancé a mi primera aventura de 100 millas tras haber superado anteriormente distancias de entre “sólo” 100 km y 123 km, así que ésta debía ser mi coronación en el mundo del ultra-trail.

Esperaba y deseaba que fuera bien; sabía que al menos debía terminar, e incluso pretendía bajar de las 40 horas, si me era posible. En todo caso era consciente de que se trataba de la primera vez que me enfrentaba a esta distancia y a este desnivel tan brutales, así que el respeto estaba garantizado. En el fondo de mi mente aparecía la posibilidad (ante lo desconocido) de no terminar, que rápidamente desechaba: tenía que finalizar la prueba sí o sí.

Por unas circunstancias u otras hasta última hora no supe si viajaría en coche o en transporte público, solo o acompañado, y si dormiría en Guipúzcoa la noche anterior o no. Al final me tocó subir solo, en transporte público, y hacer noche en el autocar, algo que luego me pasaría una gran factura. Era consciente de que no eran las mejores condiciones para afrontar esta prueba –unidas al hecho de que mi “entrenamiento” había consistido en salir cuatro días a la semana a correr entre 6 km y 10 km por ciudad, más un maratón en Abril-, pero reconozco que a veces hago las cosas de una manera algo irreflexiva y ésta fue una de ellas.

Así que el jueves 14 me traslado desde Toledo hasta Madrid, donde vive mi familia, y de allí, con los bártulos en la mano, cojo el autocar que va directo a Beasain, saliendo a las 00:30 horas y llegando a las 05:45. Cogí un asiento atrás del todo con la esperanza de que no hubiera más gente allí y me pudiera tumbar un poco a dormir, pero el autobús iba lleno, así que no pude pegar ojo en toda la noche de viaje.

Llego a Beasain y con el GPS sitúo la salida/meta. Hago una vuelta de reconocimiento por los alrededores, y me dirijo a buscar un sitio donde descansar por la mañana unas horas. Al final localizo el Hostal “El Monte”, que se trata de un repecho al lado de un camino solitario pasado el pueblo de Arama, lo cual significa que ya he andado más de 5 km esa mañana. Allí echo mi saco de dormir y trato de descansar un poco, pensando en lo que se me viene encima. Durante el trayecto he notado unas ligeras molestias en la pierna derecha que no me gustan nada.

Intento dormir un poco, pero apenas me es posible; y cuando consigo por fin cerrar un poco los ojos recibo la peor de las noticias por el móvil: mi amigo Antonio Calleja acaba de fallecer en el hospital donde le había visitado hace apenas unos días. La moral se me hunde por los suelos, y tras hacer varias llamadas en relación con tan triste asunto, me conjuro: si antes iba a terminar la prueba sí o sí, ahora más, en homenaje a él. Seguiré hasta la meta, aunque allí caiga reventado. Va por ti, Antonio…

Beasain

Después de este gran “descanso”, recojo los bártulos y me dirijo a Beasain de nuevo (otros 5 km) a recoger el dorsal, chip, entregar bolsas, etc. Cumplo todos los trámites sin novedad y disfruto de la buena comida que nos ofrece la Organización.

Mario / Edu

Ya en la salida, me encuentro con Edu, al que conocí en la Transgrancanaria el año pasado. Veo que lleva otro dorsal distinto, y pienso que se ha apuntado a la corta (“está mayor”, me digo), pero luego durante la prueba me comentará que el dorsal es distinto porque participa en equipo.

Dantzariak

El ambiente en la salida es fenomenal; la gente animando, algunos nervios, música acompañando, la cuenta atrás y… ¡por fin salimos a comernos los supuestos 168 kilómetros, cuyo track en mi GPS marcaba 170,3 Km, y que al final darían algo más…!



PRIMER DÍA: SENSACIONES ENCONTRADAS

Los primeros pasos son fenomenales; vamos por dentro de Beasain y la gente nos va gritando y animando; nos invade la euforia típica del comienzo de estas pruebas… pero pronto salimos de allí y nos chocamos con la dura realidad, pues aparecen las primeras cuestas, que cada vez se van haciendo más y más empinadas; son los 10 primeros kilómetros y ya llevan aparejado un desnivel positivo de 1050 metros…

En todo caso me encuentro fuerte y optimista, y trato de no quedarme muy atrás y de acelerar el paso, de manera que termino este primer tramo bajando como un cohete (algo mosqueado por la repercusión en las rodillas de tanta velocidad cuesta abajo…), y llego al primer avituallamiento (Mandubia, kilómetro 10) en 1 hora y 26 minutos. “Muy bien,” -pienso para mí- ”a seguir así”… Sin embargo, los otros 160 kilómetros me demostrarían (una vez más) que en este tipo de pruebas no se pueden calcular medias ni tiempos con tanta facilidad.

Izazpi ( 967 m ), km 15

Hago los siguientes 10 km en 1h y 55 minutos: más cuestas brutales (subida a Izazpi, que tengo que hacer con paradas; de hecho da algo de vértigo mirar para abajo desde la estrecha y empinada senda en la que me encuentro), y comienzo a notar el cansancio de tanto desnivel, perdiendo demasiado tiempo en el avituallamiento de Zumarraga/Urretxu (pero qué bien se está sentado en una de las sillas bebiendo y comiendo, después de 20 km con 3050 m de desnivel acumulado…).

Irimo ( 901 m ), km 23

Esta va a ser la tónica de la ultra, para arriba y para abajo, ¿y dónde quedan los llanos? Sigo los siguientes 10 km con estos pensamientos; nueva “cuestecita” hasta el Irimo (empiezo a mirar el GPS para ver las distancias que me quedan en este tipo de tramos de subida), y me voy dando cuenta de que la media de los 10 primeros kilómetros había sido un espejismo. Llego a Elosua (km 29) de noche, en 5h 41 minutos totales, haciendo un parcial de 2h 20 minutos para estos 9 km: 1 hora más que en el primer tramo, que además había sido un poco más largo y con más desnivel.

En el intervalo desde el monte Irimo hasta Elosua había adelantado a Edu y los compañeros con los que iba (dejándoles claro que soy aficionado del Real Madrid, y no del Atlético), y recuerdo la Transgrancanaria del año pasado, en la que sucedió lo mismo, de manera que nos fuimos adelantando el uno al otro durante toda la segunda mitad de aquélla carrera.

PRIMERA NOCHE: DE ACORDEONES Y DE LA PÉRDIDA DE UN BIDÓN…

Me gusta la noche en este tipo de pruebas: se corre fresquito, y si hay algo que odio en un trail de montaña es comerme un gran desnivel con todo el calor calentándome el coco. De manera que había calculado que, de tener que dormir, no lo haría durante la segunda noche, sino antes, en las peores horas de calor del segundo día; aunque tuviera que hacerlo en algún repecho del camino. (Esta opinión mía tan benigna sobre las noches en carrera cambiaría a lo largo de la segunda noche de esta prueba….).

Trikitilariak

 Sargoate, km 38

Reemprendo el camino con estos pensamientos, y algo preocupado por lo mucho que he bajado la media en los últimos 9 kilómetros. En todo caso todavía voy bien de cuerpo y mente, troto a gusto en solitario por una noche tranquila cuya climatología nos está respetando, y voy ensimismado en mis pensamientos camino de Azkarate -sobre las doce de la noche- cuando el ruido de un acordeón en medio de la nada me sorprende (es demasiado pronto para tener alucinaciones), y me encuentro poco más adelante con un “avituallamiento no oficial” que consigue arrancarme una gran sonrisa de la cara… un grupo de gente ha montado una mesa en la que ofrecen café y bollos a los participantes, mientras uno ellos, una chica joven, toca el acordeón para animar.


  Azkarate, km 40

Sigo adelante, y ante una bifurcación a pocos metros me paro: desde el “avituallamiento” me vienen indicaciones de por dónde tengo que ir, pero no me he parado por eso, sino porque he pensado que no puedo pasar de largo sin volver y sacarme una foto con esas personas que tienen la deferencia de ofrecer café y bollos a los participantes que por allí pasamos a esas horas de la noche. Así que me doy media vuelta y me siento con ellos unos 10 o 15 minutos (demasiado tiempo: no termino de aprender a apurar, y esta vez me pasa igual que en el último avituallamiento oficial; la pérdida de todos esos minutos luego se notará más adelante).

Mientras estoy allí llegan otros dos corredores que me traen noticias que me mosquean un poco: parece ser que vamos en la cola de la prueba. Pero, ¿cuánta gente ha tenido que abandonar para que eso sea así? Parece ser que mucha, y esa es nuestra situación ahora, situación que no me gusta ni un pelo. En todo caso hago mis cálculos y compruebo que todavía vamos bien de tiempo, así que trato de no darle demasiada importancia. Me decido a continuar y, tras otro punto donde nos reciben a golpe de acordeón, sigo devorando kilómetros.

Azpeitia, km 53

Tras dejar atrás el avituallamiento de Madarixa (km 43) continuo trotando, y llego a Azpeitia (km 53) dándome cuenta de que he perdido el bidón de líquido, lo cual me preocupa -aunque llevo la camelback con capacidad para otros dos litros- por el calor que pueda hacer al día siguiente y los desniveles que me esperan en las peores horas. Pregunto al personal del avituallamiento, y me dicen que sí ha aparecido un bidón abandonado, pero cuando me lo enseñan veo que no es el mismo. No obstante, me lo ofrecen temporalmente, y puesto que el dueño no va a volver a por él, lo acepto prestado. (Si el dueño lee esto, es un bidón azul y amarillo de Maxim Sports Nutrition, ¡lo tengo a tu disposición! Me das tu dirección y te lo envío por correo…).

Sañu ( 610 m ), km 57


SEGUNDO DÍA: EMPIEZA A FUNCIONAR EL PILOTO AUTOMÁTICO

Llevo 53 kilómetros y han pasado 11 horas y 19 minutos; en sólo dos horas más he completado en años pasados los 100 kilómetros de alguna otra prueba, pero hay que reconocer que esto es diferente: el desnivel es brutal, y el terreno tampoco es pista forestal precisamente… así, continuo algo preocupado por el tiempo; aunque también soy consciente de que no voy tan mal y de que todavía tengo un buen margen a mi favor.

Con estos pensamientos sigo haciendo kilómetros, mientras empieza a amanecer. Hace ya mucho que el GPS me va marcando un desfase de 2 km (de más) con las distancias oficiales de los avituallamientos, aunque gracias a Dios ese desfase se ha estabilizado y no sigue aumentando.

Gazume ( 1019 m ), km 68

Empiezo a pagar el no haber descansado antes de la prueba, el no haber dormido apenas la noche anterior en el viaje en autocar: el camino se me hace idéntico todo el rato, los ojos se me cierran mientras sigo trotando, y sólo se abren bruscamente cuando creo divisar a personal de la Organización en medio del camino, pensando que si me ven marchar medio dormido pueden retirarme el dorsal y sacarme de la prueba; pero no hay personal alguno: son árboles, arbustos, piedras, o cualquier otra cosa que, a lo lejos, y en el estado soporífero en el que continuo avanzando, se me antojan como humanos antes de que consiga abrir del todo los ojos para darme cuenta de mi error.

Veo a lo lejos a una pareja, a los que poco a poco voy dando alcance, puesto que marchan con bastante tranquilidad. Antes de llegar a ellos veo que se paran y se sientan, y cuando por fin les alcanzo les pregunto si les pasa algo, si se encuentran bien; me contestan que se encuentran perfectamente, y que se han parado a ver el amanecer juntos…

Zelataun, km 69

Sigo el camino de nuevo solo, hasta que encuentro a lo lejos otra figura (real) a la que sigo, aún medio grogui; pero al rato me doy cuenta de que llevo tiempo sin ver ninguna baliza, y abriendo bien los ojos ¡me doy cuenta de que la persona a la que sigo no es un participante de la prueba! Me enfado conmigo mismo (no estoy para perder tiempo) e incluso me asusto un poco (¿cuánto me habré desviado, significará esto el final de la ultra para mí?); y trato de recuperar el camino con el GPS. Gracias a Dios, y a pesar del sueño, no me cuesta demasiado, sólo me había desviado un poco en lateral, pero siguiendo la dirección correcta; apenas tengo que volver un kilómetro y medio hacia atrás y en lateral para recuperar el camino de la prueba.

Tolosa, km 77

Por fin llego a Tolosa, kilómetro 77; primera de las dos grandes paradas que tiene la ultra. Zona de descanso, duchas… pero el tiempo que llevo (casi dieciocho horas) no invita a tomárselo con mucha calma. Para colmo, la llegada al polideportivo ha sido una tortura que nos ha hecho recorrer el pueblo entero, calles y calles; lo cual, en el estado en el que me encuentro, me merma bastante la moral (¿cuándo narices voy a llegar al maldito polideportivo? ¿No podían haber hecho entrar la prueba en el pueblo directamente por la zona donde está el avituallamiento?) .

Allí me doy una ducha gracias a la toalla que amablemente me facilita un miembro de la Organización (la mía la había dejado en la bolsa de ducha que pensaba que traían primero aquí, pero en realidad se transportaba directamente a Beasain); me cambio de camiseta, mallas y calcetines, repongo fuerzas y, lamentando no poder quedarme aunque sea una hora a dormir, reemprendo el camino (utilicé en esta parada unos cuarenta minutos, nuevamente mucho más de lo que hubiera deseado); encontrándome de nuevo a Edu, que tranquilamente avanza dirección Jazkue Gaina.

Me va explicando cómo es el recorrido que nos espera hasta llegar al monte Txindoki, lo cual siempre ayuda (conocer bien una prueba es tener hecha media prueba); y yo, gracias a Dios, me he recuperado un poco del sueño que me invadía, y ya avanzo plenamente consciente de nuevo.

Jazkue gaina, km 85

Más adelante me quedo algo atrás de Edu y sus dos compañeros de equipo, manteniendo un ritmo más tranquilo en las subidas. Sigo avanzando, no voy mal, aunque la pierna derecha me ha empezado a molestar en su zona frontal, y eso me preocupa; porque aún quedan muchos kilómetros. En realidad, la prueba acaba de comenzar, y sólo deseo llegar al Txindoki para superar el kilómetro 100; es la nueva meta que me he marcado: a partir de ahí “sólo” me quedarán 70 kilómetros que irán bajando poco a poco.

Txindoki, km 98

Afronto el comienzo de la subida al Txindoki bastante entero y en solitario, como la mayor parte de la prueba. Me sorprende la facilidad con la que subo el empinado camino, teniendo en cuenta la altura de carrera a la que estamos. Pasado un rato, me junto con otro participante, que me dice que probablemente abandone al llegar a la cima, porque sus compañeros ya lo han hecho anteriormente, y fueron ellos los que le embarcaron a él en esta barbaridad y no al revés. Trato de darle ánimos y de hacer que cambie de opinión, aunque más adelante comprobaré que no lo hará y terminará abandonando.

Llegados a este punto de la prueba, empieza seriamente a aparecer el efecto “no existe cima en esta montaña”. Es decir, cuando ves el punto más alto y vas a llegar a él, aparece de nuevo otra cota a subir; y cuando llegas a esa, ves que hay otra más arriba. A medida que avanza el camino, la pendiente se hace más pronunciada, y el desnivel hace que tenga que utilizar las manos en algunos puntos del camino para avanzar. Mirar para abajo da de nuevo vértigo, y lamento que se me haya acabado la batería del móvil para no poder sacar alguna foto. Por seguridad llevo otro móvil para llamadas de emergencia, pero no tiene cámara.

Veo de nuevo a Edu llegando a la cima y allí le doy alcance, aunque el partirá antes (yo he llegado después y, aunque no estoy mucho tiempo, necesito descansar un poco). En todo caso, el frío hace que no me lo piense mucho y tire de nuevo millas, en una zona que será un continuo sube y baja, y en la que la niebla comienza a hacer sus efectos. No se ve más allá de diez metros, y tengo serias dificultades para encontrar las balizas que marcan el camino.

Llega un momento en el que no soy capaz de seguir, y lo mismo le pasa a un pequeño grupo que viene detrás de mí. Nos hemos perdido dentro de la niebla y temo la posibilidad de que encontremos una baliza y sigamos el camino del revés, con los problemas de tiempo que ello puede conllevar. Gracias a Dios, llevo el GPS conmigo, y éste me lleva hasta el camino, localizando las balizas y la dirección a seguir. Aviso a los que vienen detrás, que me siguen, aunque no tengo más remedio que avanzar más deprisa que ellos si quiero llegar a meta en tiempo.

Ganbo, km 108 ( Aralar )

Sigue una serie de kilómetros en los que el sueño y la niebla me hacen tener la sensación de que estoy dando vueltas siempre por el mismo sitio. Me pierdo otra vez, y esta vez ni con el GPS consigo localizar la siguiente baliza; no sé si es en este punto o en otro en el que el camino no coincide con el track oficial (o es eso o soy yo que estoy peor de lo que pensaba), en todo caso tengo que esperar a que alguien venga (más tiempo perdido) para ver si es capaz de recuperar el camino, como efectivamente pasa.

Así, más kilómetros “dando vueltas sobre el terreno”, hasta que por fin comienzo a bajar, en un momento del camino en el que me he juntado con un grupo de tres (¿o cuatro?) portugueses. El caso es que estamos en medio de la nada, y hace tiempo que he dejado de ver el chorro de gente que me encontré en el Txindoki (¿cuánta gente habrá abandonado allí?), de tal manera que la bajada se me hace bastante larga casi en solitario.

Miro el reloj (más de 26 horas) y veo que sigo algo justo; aunque según mis cálculos, si llego en tiempo a la segunda zona de descanso, Etxegarate, podré ir mucho más tranquilo, pues la siguiente barrera horaria se ha establecido calculando que la gente dormirá allí. Así que, no durmiendo, o durmiendo un par de horas, volveré a recuperar un buen colchón de tiempo; qué “fácil”…



SEGUNDA NOCHE: DE TODO UN POCO… (SUEÑO, FRÍO, LLUVIA, NIEBLA, BARRO, CAIDAS, ARENAS MOVEDIZAS…)

Sigo con los portugueses camino de Lizarrusti. He cambiado las pilas del GPS –que apenas controlo porque lo acabo de comprar hace días- y he perdido la noción de cuántos kilómetros quedan hasta el siguiente avituallamiento, de manera que el camino se me (se nos) hace extremadamente largo, mientras la noche cae sobre nosotros.

Encendemos los frontales, pero la niebla hace que en lugar del camino lo que se vea es un halo blanco, lo cual dificulta enormemente el avance. A eso yo tengo que añadir que las pilas de mi frontal ya apenas alumbran, las de repuesto no son ninguna maravilla, y el segundo frontal que he traído (que tomé prestado) no es el más indicado para este tipo de pruebas (nuevo error, escatimar en material) con lo que veo más bien poco o casi nada. En algún lugar recuerdo haber leído que en caso de niebla es mejor llevar un frontal en el pecho para ver mejor, así que lo que hago es llevar el frontal en la mano a esa altura, con lo que veo sólo un poco más que antes.

A la falta de visión hay que añadir que hace unos minutos ha comenzado a llover, y por tanto a formarse barro en el camino. Hay tramos que son realmente difíciles de superar (hay que saltar charcos y zanjas, y el barro resbala tanto a un lado como al otro), y yo además no llevo bastones –nunca lo hago- con lo que la posibilidad de caerme, golpearme, y embarrarme se multiplica. La lluvia, la niebla, y el barro ralentizan nuestra marcha, y ello hace que los metros se conviertan en kilómetros; esto no es nada bueno para mi media, y lo comprobaré más adelante.

Lizarrusti, km 115

Tras un pequeño descanso (¡por fin!) en Lizarrusti (km 115), a donde nos cuesta Dios y horrores llegar, emprendemos de nuevo la marcha varios participantes hacia el anhelado Etxegarate. Gracias a Dios, y a la copia del perfil de la prueba que llevo conmigo, la fuerte subida con la que iniciamos la marcha no me sorprende. Pero sí ando preocupado por no perder al grupo, puesto que apenas veo con el frontal que llevo y la niebla y la lluvia que nos acompañan.

Sin embargo, uno de los portugueses está teniendo serios problemas para avanzar, y soy consciente de que si sigo a su ritmo no terminaré la prueba en tiempo. Al final, no me queda más remedio que dejarlos atrás y seguir el camino, que transcurre por un hayedo limítrofe con Navarra. De día ese lugar debe de ser maravilloso, pero de noche, con lluvia, viento, barro y niebla, se me antoja como el último sitio en el que desearía estar en esos momentos.

Voy avanzando con cierta dificultad y viendo más bien poco, pero avanzando, cuando escucho a alguien a mis espaldas que trota a gran velocidad. Cuando llega a mi altura me explica que es un miembro de la organización buscando a dos participantes que han llamado por teléfono avisando que se han perdido, y que va en su búsqueda, preocupado porque se hayan dirigido a Navarra. Me engancho a él: es mi oportunidad de recuperar tiempo perdido, porque se conoce el camino perfectamente y avanza a una velocidad que yo sería incapaz de alcanzar en esas condiciones y sin conocer el terreno.

Me comenta que el camino discurre casi hasta Etxegarate paralelo a un cercado que hay a nuestra izquierda, y que además de las balizas de la organización, viene marcado por las señales rojas y blancas de los GR 121 Y 11. Le acompaño todo lo que puedo, pero finalmente tengo que quedarme algo atrás. Le aseguro que no tendré problemas porque llevo el GPS, y que en caso de perderme llamaré dando coordenadas.

Vuelvo a avanzar muy lentamente, buscando desesperadamente la siguiente baliza, sea de la Organización o de los GRs, pero apenas veo nada. Cuando no encuentro ninguna de las tres, que es más de una vez, trato de localizar la vaya a mi izquierda para comprobar que no me he extraviado, y seguir con ella como referencia. Me cuesta una barbaridad avanzar metros, no se ve absolutamente nada entre la oscuridad, la niebla y la lluvia, y soy consciente de que estoy perdiendo un tiempo valiosísimo: que la prueba, si ya estaba complicada, se me empieza a complicar lo suficiente como para no terminarla en tiempo. Mi única idea es llegar a Etxegarate antes de las siete de la mañana, que es cuando he calculado que cierran el control; gran error, pésimo cálculo: el control se cerraba a las cinco y cuarenta y cinco horas.

Sigo tratando de avanzar por donde puedo, aunque no veo casi nada y es francamente difícil localizar el camino; es como andar dentro de un cuarto oscuro. Tanto es así que, en un momento determinado, piso sobre unas hierbas y mi pierna izquierda se comienza a hundir en el barro que estaba oculto sin que sea capaz de sacarla de allí, a la par que la derecha hace amagos de lo mismo. Siguen hundiéndose lentamente y eso no para, de manera que me da tiempo a pensar incluso que voy a terminar hundido por completo y bien jodido. Por suerte, finalmente “sólo” quedo enterrado con la pierna izquierda hasta la rodilla y la derecha hasta media tibia.

A duras penas consigo sacar la pierna derecha y trato de apoyarla en alguna zona donde no se hunda, lo cual no es nada fácil; respecto a la izquierda, me es imposible sacarla, incluso en algún intento casi consigo sacarla pero sin zapatilla, lo cual hubiera significado el final de la carrera para mí. Me asusto ante esa posibilidad (perder la zapatilla) y trato de sacarla más lentamente moviéndola a los laterales para hacer algo de vacío que me permita tirar hacia arriba. Allí, medio hundido en el barro y sin poder salir; lloviéndome, sin ver nada en medio de la oscuridad y de la niebla… me llego a plantear si será necesario llamar a la Organización para que me saquen de allí.

Sin embargo, finalmente consigo -con mucho esfuerzo y cuidado- sacar la pierna del lodo (y con zapatilla), así que con muchísima cautela procuro alejarme de esa zona peligrosa. A partir de aquí mi avance ya no va a ser lento, sino extremadamente lento; llegando a un punto en el que he perdido totalmente la noción de por dónde debo seguir, y ni con el GPS me decido a continuar adelante.

Al rato, y por suerte, escucho unos ruidos atrás y, al girarme, veo unas luces a lo lejos. Pienso que son los participantes que vienen por detrás de mí guiados por alguien que conoce bien el terreno, pues van relativamente rápido.

Efectivamente, ante las pésimas condiciones climáticas que nos estaba ofreciendo la noche, un buen grupo de participantes se había unido siguiendo el paso de alguien que conocía el terreno perfectamente. Cuando van a llegar a mi altura, les saludo con un irónico “Buenas noches, ¿qué tal?”, y me uno a ellos.
 Lizarrusti-Etxegarate, km 122

A partir de aquí el avance hasta Etxegarate es una auténtica tortura: continúan el frío, la lluvia, la niebla, el viento y el barro… voy empapado y comienzo a tener realmente frío, a pesar de haberme puesto el cortavientos, que también se empapa. Además, el barro hace que se resbale con bastante facilidad. Avanzamos con relativa rapidez gracias a los conocimientos de nuestro guía, pero tardamos mucho en hacer cada kilómetro, que en esta zona están señalizados con carteles uno a uno. Alguno de los participantes va francamente mal, e incluso pide que le dejemos allí porque no puede seguir. Le hacemos ver que sería una locura, que está lloviendo y hace frío, y que queda todavía mucha noche para quedarse allí en esas condiciones.

El último tramo es cuesta abajo, y eso con barro significa resbalón seguro. Añadido a mi falta de bastones, se transforma en una infinidad de veces en las que doy con mi culo en el suelo (y espalda, y piernas…); no me he metido tantas hostias seguidas en mi vida: termino lleno de barro hasta en las pestañas, pero el caso es que seguimos avanzando y tengo, según mis cálculos, un margen de una hora y media.

¿Seguro? Pues no; cuando comento con el resto de participantes la barrera horaria de Etxegarate, me hacen ver que estoy equivocado, y que apenas quedan unos minutos para que cierren control. A partir de ahí apretamos (aún más) el paso, lo que significa que me pego más culazos contra el suelo y me lleno más de barro. Pero hay que entrar en tiempo, ¡quedan quince minutos para que cierren el control y aún no hemos llegado!


Pero todo tiene su recompensa, y por fin vemos a lo lejos las luces del avituallamiento, ¡por fin! Entramos con apenas cinco o diez minutos de margen antes de que cierren el control… No me lo puedo creer, por fin ha terminado la pesadilla del hayedo. Desde Lizarrusti, kilómetro 115, hasta Etxegarate, kilómetro 131 (es decir, sólo 16 kilómetros de distancia) he(mos) tardado nada menos que 5 horas y 17 minutos.

Etxegarate, km 131

En Etxegarate hay participantes que abandonan, y otros que reemprenden de nuevo la marcha apenas después de haber comido algo y haberse cambiado de ropa. Yo procuro tomármelo con más calma, y decido ducharme (estoy lleno de barro), cambiarme (estoy empapado), y dormir (estoy grogui) una o dos horas, puesto que ya llevo 35 horas de carrera, y la noche anterior a la misma, como ya he dicho, la pasé sin pegar ojo en el viaje en autocar. Vamos, que estoy hecho un Cristo como para seguir sin descansar y dormir un mínimo…

Estoy literalmente congelado, y tengo dificultades para andar con normalidad. Me dirijo a las duchas, después de haber comprobado con enorme “alegría” que no me queda ninguna camiseta seca (no me preguntéis por qué no tenía ninguna en la bolsa que se podía recoger en este punto…). Allí, para colmo, se me cae al suelo mojado uno de los dos calcetines que tenía secos, así que continuaré con uno de los pies empapado. Me ducho como puedo, a duras penas (pierdo mucho tiempo); y me dirijo, con la misma camiseta empapada, a la zona habilitada para dormir.

Extiendo la ropa mojada con la esperanza de que se seque mientras duermo. Echo en falta una calefacción o mantas de toda la vida (hace un frío del carajo y hay gente durmiendo con la manta térmica obligatoria), y me cubro con lo que en esos momentos me parece una cortina suelta (y lo mismo lo era). No me da tiempo a cerrar los ojos cuando me saluda alguien: es Edu, que se acaba de levantar para continuar la marcha (no sé si llegó a dormir algo), y me anima a que me una a su grupo. Le digo que necesito descansar y veo cómo se van. Poco después, otro corredor entra y sale varias veces dejando la puerta siempre abierta, lo que hace que descienda la temperatura de la sala con las consiguientes quejas de los que allí tratamos de descansar semi-congelados (que no sé si llegábamos a ser más de dos). Finalmente me tengo que levantar a cerrar la puerta yo.

Cuando creo que por fin voy a poder dormir algo, entra un responsable de la Organización diciendo que quien no quiera abandonar debe ponerse en marcha de nuevo; no me lo puedo creer: ¡no voy a poder dormir nada esta tercera noche tampoco!.

Me resigno a recoger mis bártulos y voy a la zona de avituallamiento, donde hablando con un miembro de la Organización pregunto si me pueden dejar una camiseta seca, porque todas las mías están empapadas, comprometiéndome a devolverla en meta (o donde sea). Después de una consulta, me da una camiseta nueva de la prueba, que me pongo debajo de la de manga larga que llevo, lo cual me salva media vida (¡muchas gracias!). Mientras me quito una y me pongo otra, me dejo el buff que llevaba al cuello al lado de una de las máquinas de agua. Días después de terminar la prueba escribiré un e-mail a la Organización y me lo remitirán, limpio y como nuevo, por correo; chapó.

Tras esto, reemprendo la marcha con dos miembros de la organización que me acompañan hasta Otzaurte; ya ha amanecido por el camino.

TERCER DÍA: AGONÍA Y FIN

Después de coger un camino cuyo inicio parecía un tobogán (es un estrecho terraplén escondido entre los arbustos al que hay que acceder a cuatro patas, y debido al barro resbala como eso: como un tobogán) para cuyo acceso tengo que agarrarme con las manos a las hierbas que hay, para trepar -e incluso recibo algún empujón en el culo para poder tirar para arriba-, emprendo el camino a Otzaurte, desde donde continuo junto con otros dos participantes, Inés y David Joan, con los cuales había coincidido en la memorable travesía hasta Etxegarate; y con los cuales iré coincidiendo el resto de la prueba.

Con ellos sigo avanzando; no consigo encontrar las “chuletas” que había sacado del Road Book, en donde aparecen los tramos con su distancia y desnivel, barreras horarias, perfil y avituallamientos. Estoy de nuevo tan grogui que no llego a averiguar si los tengo en algún lugar de la mochila o si los he perdido, y eso me fastidia, porque a estas alturas de la carrera es una información que me parece preciosísima.

San Adrian, km 139

Llegamos a San Adrián (km 139) después de 38 horas y media de ultra encima, y allí coincido -¡de nuevo!- con Edu, que se sorprende y alegra de verme, y me dice que estaba convencido de que iba a abandonar después de verme empapado en Etxegarate echándome a dormir; es lo que hay, Edu, “hasta caer reventado…”.

Así, seguimos la prueba; su grupo tira un poco delante, y yo sigo con Inés y David Joan. Hacemos cálculos y pensamos que si seguimos a ese ritmo terminamos la prueba. A estas alturas, y con esos márgenes de tiempo, todo es hacer cávalas…

Hemos pasado la cueva de San Adrián y, cuando iniciamos el camino conocido como del “calvario”, en empinado ascenso a la cima del Aizkorri –punto más alto de la prueba, con sus 1.520 m de altitud- me descuelgo de ellos y me quedo atrás. No sé si no puedo seguir el ritmo por falta de fuerzas, si es el sueño el que está pudiendo conmigo, o es mi mente la que me dice que pare ya de una vez. El caso es que no paro, pero avanzo más despacio, y empieza a planteárseme más seriamente que nunca (excepto cuando estaba con las piernas enterradas en el hayedo) la posibilidad de no acabar la prueba.

Estoy reventado y medio grogui, y avanzo a duras penas. Coincido con miembros de la Organización que me animan, me dicen que todavía voy con margen de tiempo, y que queda menos para llegar arriba; pero aquello no se acaba nunca, y se convierte una subida tras otra subida, en un sufrimiento continuo. A veces me desvío un poco del camino medio dormido y es un miembro de la Organización el que me corrige antes de que yo me dé cuenta. Por otra parte, a medida que voy llegando arriba el frío comienza a notarse otra vez de nuevo, aumentado por el viento que corre a aquellas alturas.

Aizkorri ( 1528 m ), km 143

¡Por fin! llego al control de Aizkorri; y allí me encuentro a Inés y David Joan; eso quiere decir que no he ido tan mal. Pero aquí no se acaba el sufrimiento: la prueba sigue su camino cresteando Aizkorri, con bajadas y nuevas subidas por dura piedra que merman aún más mi moral.

Durante estos momentos, a esas alturas, medio dormido, reventado, y congelado… pienso que puedo sufrir una hipotermia. El viento y una fina lluvia penetran en mis huesos, y trato de avanzar por entre las rocas balanceando exageradamente los brazos para proporcionar más calor a mi cuerpo. En alguna ocasión llego a preguntarme por qué motivo no aparece ningún miembro de la Organización a obligarme abandonar; porque yo no lo voy a hacer por mi voluntad, pero casi llego a desear que me lo impongan.

Además, aprecio cierto peligro subjetivo –en mis condiciones- en esos caminos de piedra, a cuyos lados hay en ocasiones importantes caídas, y que estoy tratando de seguir medio dormido y casi congelado. De vez en cuando pierdo el equilibrio, por el cansancio o por el sueño, con riesgo de carme hacia un lateral; ni que decir tiene que, en tal estado, no me es fácil encontrar las balizas y seguir el camino. En todo caso, aún en mi estado, consigo darme cuenta de que siempre hay un miembro de la Organización cerca, incluso me planteo si han dado instrucciones a alguno para que me siga por si tengo algún problema, ante mi pésimo estado. Tengo que añadir que, a estas alturas de ultra-trail, mi cabeza empieza a no funcionar demasiado bien…

Andraitz ( 1278 m ), km 145

Tras superar el collado de Andraitz el camino se hace descendente de forma casi constante, llegando por las laderas del Aizkorri al kilómetro 148, Oazurtza, donde nos espera otro avituallamiento; son ya casi 42 horas de ultra las que llevo encima. Poco antes me he vuelto a juntar con David Joan e Inés. Entro con ellos en la tienda de la Organización medio congelado, y casi sin poder hablar; algo de comida, una silla, y un caldo hirviendo me ayudan a recuperarme, pero tan sólo el mínimo suficiente para continuar.

A partir de aquí el recorrido –quitando al principio, en un descenso con barro por un camino bastante irregular, en el que ya casi ni me molesto en evitar los charcos de barro, y meto directamente las zapatillas en ellos a veces hasta el tobillo- se hace más llevadero, si algo puede ser llevadero después de 150 km. Sin embargo, mi mente ha dejado de funcionar bien hace tiempo (la subida al Aizkorri), y cada vez lo noto más. Me cuesta pensar, y hasta articular palabras; para articular una frase entera de cierta coherencia tengo que hacer un gran esfuerzo. Me agarro a los otros dos corredores como a un clavo ardiendo, porque creo que si siguiera en solitario me desorientaría y no acabaría la prueba. En momentos no recuerdo ni siquiera qué es lo que tengo que hacer para llegar a meta; aunque parezca mentira, mi mente es incapaz de recordar que se trata de seguir las balizas puestas por la Organización.

Oazurtza, km 148

Al menos, he entrado algo en calor al abandonar las alturas del Aizkorri. En contraprestación, el tobillo derecho cada vez me va peor, y es que al final de la prueba terminaré con un esguince que me tendrá varias semanas en reposo, y que en esos momentos me impide correr rápido, aunque al menos si me deja –con el correspondiente dolor- correr despacio, o marchar a buena velocidad.

Mutiloa, km 158

Llegamos a Mutiloa (km 158), último avituallamiento, y nuestros cálculos siguen siendo los mismos: si seguimos a ese ritmo, terminamos, aunque no nos podemos descuidar.

Mutiloa

Llevamos 44 horas y 21 minutos, y quedan poco más de tres horas para que cierren meta. Yo añado para mí mismo que no puedo quedarme solo; porque si sigo solo, en el estado mental en el que me encuentro, puedo desorientarme y no llegar a meta. De hecho, estoy tan mal que en Mutiloa no relleno la camel back de agua, a pesar del calor que hace (son las horas centrales del tercer día).


El último tramo se me hace interminable. Pienso que la Organización nos ha “vacilado” con las distancias, es imposible que esto dure tanto... Una nueva subida hasta Españolamendi, y a partir de ahí pista y más pista; me da la impresión de que pasamos por el mismo sitio varias veces, que estamos dando vueltas en círculo. En teoría teníamos que haber llegado a la entrada a Beasain hace tiempo, pero parece que han multiplicado por dos los 10 kilómetros que nos faltaban desde Mutiloa. Creo que empiezo a decir barbaridades en voz alta, a decir que algo pasa, que esto no es posible…


Sin embargo, y a pesar de que en más de una ocasión pensé que ese momento no iba a llegar; a pesar de las veces que me pregunté por qué la Organización no me obligaba a abandonar; a pesar de que me llegué a imaginar con una hipotermia evacuado del Aizkorri, o hundido hasta el cuello en el barro del hayedo camino a Etxegarate… a pesar de todo ello, entramos en Beasain. No vamos a entrar directamente a meta, no, sino que aún nos queda el último kilómetro por el pueblo, pero eso ya no importa. Vamos a terminar, y vamos a terminar en tiempo, incluso de sobra.

Beasain

Cruzamos el pueblo, pasamos por la zona donde casi tres días antes nos habían dado la bolsa del corredor; gente aplaudiendo, animándo… ¡es nuestra entrada triunfal! En esos momentos no puede uno pensar en nada: una sensación de incredulidad y de alegría te embarga, recuerdas todo lo mal que lo has pasado, pero ya no importa, sólo importa que vas a ganar la prueba, porque aunque no llegues el primero, terminarla es ya ganarla…

Ines, David eta Mario; finishers!!!


Al poco vemos la meta; ¡cómo no, una última subida hasta ella! y… ¡por fin!, llegamos a esa ansiada meta y pasamos control. Entro totalmente grogui, como he ido toda la parte final de la prueba; pero, por fin, ahora puedo gritar… ¡¡soy finalista de la Ehunmilak!!

Mario


EPÍLOGO

En la meta me encuentro –qué raro- a Edu, que ha llegado 22 minutos antes. Le digo: “joder, ¡¡es que no había ni un llano!!”, a lo que se ríe. Me conjuro vagamente para no volver a afrontar una prueba así sin haber dormido bien la noche anterior, y a no volver a escatimar material; otra cosa será poder entrenar lo suficiente, o tener la posibilidad de conocer el terreno previamente, aunque mi mente no me da en esos momentos para pensar mucho más sobre ello. Ahora mismo todo es euforia, alegría, nos abrazamos… ¡somos Finisher! De la meta nos vamos a trasladar al polideportivo, donde comeremos, nos darán un masaje, y nos curarán.


Reemprendo mi vuelta esa misma noche con un esguince en el tobillo derecho, multitud de ampollas, dolores por todo el cuerpo, y mucho, mucho, mucho sueño… aunque esta vez os aseguro que sí dormí del tirón en el autocar sin problema. Ah; y regreso también con una sudadera con el logo y nombre de “Ehunmilak Ultratrail” que me han dado en la meta, en cuya parte trasera se lee en letras mayúsculas: “FINISHER 2011”.

Mario Guio Gomez

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